Guatemala.- En nuestra ruta por el Pacífico centroamericano, de sur a norte, las conversaciones con los pescadores que nos encontramos confirman la progresiva reducción de las capturas. Los datos institucionales tampoco mienten. En Honduras, en el Golfo de Fonseca, en 2004 se pescaban más de seis millones de libras de pescado con escama. En 2009 fueron sólo 2,5 millones, quizás, en parte, consecuencia de un invierno poco lluvioso que propició un calentamiento de las aguas. Las instituciones aún no tienen explicaciones claras.
Los pescadores constatan la bajada de la pesca, el alejamiento de los caladeros de la costa y en definitiva, más costos y menos ingresos. Su malestar se reparte entre los gobiernos, la pesca industrial, la gran acuicultura del camarón, y ellos mismos. En la isla de Amapala, Honduras, los pescadores demandan la aplicación de vedas por parte de su Gobierno: “Si no hay veda, nosotros mismos matamos al pescado”, valora Francisco García.
Más al norte, en el Bajo Lempa (El Salvador), a los pescadores no les convencen las vedas que implanta de cuando en cuando su gobierno. Piensan que la veda al camarón está pensada para beneficiar a la pesca industrial, para permitir la salida del camarón joven al mar sin que sea capturado por la pesca artesanal, de forma que se beneficien los pesqueros de altura. Hablan también de plantarle fuego o bombas a los barcos de pesca industrial, a los que dicen ver muchas veces pegados a la bocana del Lempa, supuestamente sobrepasando la distancia mínima a la costa que deben guardar.
Sobre estas cuestiones hay denuncias ante Cendepesca. Con su responsable íbamos a hablar días atrás, aunque finalmente no pudo celebrarse la entrevista concertada.
En el Cuco, también en El Salvador, los pescadores también culpan a la pesca industrial de la captura de larvas y de peces de todos los tamaños. En una salida con ellos en lancha para pescar, nos cruzamos con un grupo de delfines. Les pregunto si los pescan. Francisco Salgado me contesta que no: “No los pescamos, aquí los cuidamos”, dice con orgullo. “Si uno cae en los aparejos y queda vivo, lo soltamos”, completa Alfredo. “Son animales muy inteligentes. Y nos chulean. A veces nadan al lado de la lancha y nos van adelantando en zigzag, cruzándose de un lado a otro. Son la autoridad del mar”.
En el mar parece no haber mucha más autoridad. Llegamos estos días a Guatemala y el sentir de los pescadores es similar hacia la pesca industrial y hacia los gobiernos. En la Asociación de Pescadores de San José, Carlos echa pestes contra los arrastreros y los barcos de cerco, que dice que arrasan con todo: “De lo que pesca un arrastrero, 10 es de pesca y 40 de descartes que vuelven muertos al mar”, sostiene.
Tampoco se corta Carlos al hablar de malas prácticas en la pesca artesanal: “A veces están echando el trasmallo en los arrecifes, una práctica prohibida, porque quedan allí trasmallos enganchados y continúan matando peces durante años. Entonces llamamos a la Naval, pero lo primero que nos dice la Naval es que no tiene gasolina para los motores”.
Texto: Gonzalo Brocos.
Fotografía: Marcos Canosa.
Los pescadores constatan la bajada de la pesca, el alejamiento de los caladeros de la costa y en definitiva, más costos y menos ingresos. Su malestar se reparte entre los gobiernos, la pesca industrial, la gran acuicultura del camarón, y ellos mismos. En la isla de Amapala, Honduras, los pescadores demandan la aplicación de vedas por parte de su Gobierno: “Si no hay veda, nosotros mismos matamos al pescado”, valora Francisco García.
Más al norte, en el Bajo Lempa (El Salvador), a los pescadores no les convencen las vedas que implanta de cuando en cuando su gobierno. Piensan que la veda al camarón está pensada para beneficiar a la pesca industrial, para permitir la salida del camarón joven al mar sin que sea capturado por la pesca artesanal, de forma que se beneficien los pesqueros de altura. Hablan también de plantarle fuego o bombas a los barcos de pesca industrial, a los que dicen ver muchas veces pegados a la bocana del Lempa, supuestamente sobrepasando la distancia mínima a la costa que deben guardar.
Sobre estas cuestiones hay denuncias ante Cendepesca. Con su responsable íbamos a hablar días atrás, aunque finalmente no pudo celebrarse la entrevista concertada.
En el Cuco, también en El Salvador, los pescadores también culpan a la pesca industrial de la captura de larvas y de peces de todos los tamaños. En una salida con ellos en lancha para pescar, nos cruzamos con un grupo de delfines. Les pregunto si los pescan. Francisco Salgado me contesta que no: “No los pescamos, aquí los cuidamos”, dice con orgullo. “Si uno cae en los aparejos y queda vivo, lo soltamos”, completa Alfredo. “Son animales muy inteligentes. Y nos chulean. A veces nadan al lado de la lancha y nos van adelantando en zigzag, cruzándose de un lado a otro. Son la autoridad del mar”.
En el mar parece no haber mucha más autoridad. Llegamos estos días a Guatemala y el sentir de los pescadores es similar hacia la pesca industrial y hacia los gobiernos. En la Asociación de Pescadores de San José, Carlos echa pestes contra los arrastreros y los barcos de cerco, que dice que arrasan con todo: “De lo que pesca un arrastrero, 10 es de pesca y 40 de descartes que vuelven muertos al mar”, sostiene.
Tampoco se corta Carlos al hablar de malas prácticas en la pesca artesanal: “A veces están echando el trasmallo en los arrecifes, una práctica prohibida, porque quedan allí trasmallos enganchados y continúan matando peces durante años. Entonces llamamos a la Naval, pero lo primero que nos dice la Naval es que no tiene gasolina para los motores”.
Texto: Gonzalo Brocos.
Fotografía: Marcos Canosa.
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