El Salvador.- En la Venecia del Lempa la pesca es un arte. Para pescar hacen falta trasmallos y botes y pescadores que los fabriquen. Por eso surgen artistas de la pesca. Don Beto, de la isla de Montecristo, es uno de ellos.
Alberto García, que así es como figura en su DNI, tiene 65 años y es el pescador más veterano del archipiélago. Es menudo, casi frágil, pero sus manos y su piel curtida despejan cualquier duda. Desde niño su vida ha sido la pesca que también ha hecho mamar a sus hijos y a sus nietos. Pero su gran pasión es la construcción de botes de madera, los famosos ‘cayucos’.
“Es un arte que aprendí de mi abuelo”, comenta mientras muestra varias de sus obras. En el mar está un pequeño bote, muy remendado. “Este tiene más de cuarenta años y mira, aún sigue activo”, comenta. A unos metros está otra de sus construcciones. Un gran cayuco de unos cinco metros de largo. “Pero no es el más grande. Este cabía dentro del otro”.
Y es que la gran obra maestra de don Beto la vendió hace ya un par de años. Era un cayuco de once varas y media y 58 pulgadas de ancho (casi nueve metros de largo y más de metro y medio de calado). “Era el Titanic… y todos lo querían”. Lo construyó en una sola pieza de un árbol “enorme” que la corriente dejó varado en una isla cercana. Tardó casi dos meses en construirlo y fue la envidia de la comunidad. Podía transportar un camión de leña
El ‘Titanic’ no duró mucho en sus manos. “Venía mucha gente para comprarlo. Así que un día decidí venderlo”. Le pagaron 23.000 pesos (cerca de 2.500 dólares). Con ese dinero se compró una “lanchita” de fibra que hoy maneja su hijo Chepe.
¿Y qué pasó con el ‘Titanic’?. Don Beto baja la mirada y se entristece. Sus nuevos dueños no eran como el veterano pescador. “Lo maltrataban”. Un día, el cayuco chocó contra unas rocas y se agrietó. Sus dueños no quisieron repararlo. Y ahora, la gran obra de don Beto se consume entre el lodo y el olvido de las aguas del Lempa.
Texto: Xurxo Salgado
Fotos: Marcos Canosa
Alberto García, que así es como figura en su DNI, tiene 65 años y es el pescador más veterano del archipiélago. Es menudo, casi frágil, pero sus manos y su piel curtida despejan cualquier duda. Desde niño su vida ha sido la pesca que también ha hecho mamar a sus hijos y a sus nietos. Pero su gran pasión es la construcción de botes de madera, los famosos ‘cayucos’.
“Es un arte que aprendí de mi abuelo”, comenta mientras muestra varias de sus obras. En el mar está un pequeño bote, muy remendado. “Este tiene más de cuarenta años y mira, aún sigue activo”, comenta. A unos metros está otra de sus construcciones. Un gran cayuco de unos cinco metros de largo. “Pero no es el más grande. Este cabía dentro del otro”.
Y es que la gran obra maestra de don Beto la vendió hace ya un par de años. Era un cayuco de once varas y media y 58 pulgadas de ancho (casi nueve metros de largo y más de metro y medio de calado). “Era el Titanic… y todos lo querían”. Lo construyó en una sola pieza de un árbol “enorme” que la corriente dejó varado en una isla cercana. Tardó casi dos meses en construirlo y fue la envidia de la comunidad. Podía transportar un camión de leña
El ‘Titanic’ no duró mucho en sus manos. “Venía mucha gente para comprarlo. Así que un día decidí venderlo”. Le pagaron 23.000 pesos (cerca de 2.500 dólares). Con ese dinero se compró una “lanchita” de fibra que hoy maneja su hijo Chepe.
¿Y qué pasó con el ‘Titanic’?. Don Beto baja la mirada y se entristece. Sus nuevos dueños no eran como el veterano pescador. “Lo maltrataban”. Un día, el cayuco chocó contra unas rocas y se agrietó. Sus dueños no quisieron repararlo. Y ahora, la gran obra de don Beto se consume entre el lodo y el olvido de las aguas del Lempa.
Texto: Xurxo Salgado
Fotos: Marcos Canosa
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